Ella me animaba. . .
… Aún no es tiempo, ¡Aguanta!».
… su voz tan suave me confortaba pero a pesar de sus palabras no lograba convencerme, mi cuerpo casi sin vida apenas lograba sentir las caricias de aquella mujer… mi cuerpo herido me decía – Ya no tengo fuerza, ya fue suficiente, es hora de dormir… y es que algo en mi interior se había roto además de mis huesos y estaba convencido de que era tiempo de partir. Mis orejas puntiagudas ya no apuntaban al sol y mi cola que alguna vez de pequeño se había movido sin parar, ahora solo estaba escondida entre mis patas traseras… tan asustada.
La mujer inyectó mis delgados muslos y casi de inmediato deje de sentir dolor, cuando creí que me había vuelto eterno, todo se iluminó y pude ver su rostro mirándome fijamente, yo estaba sorprendido pues había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien me había mirado con tanta dulzura, la dulzura de mi antiguo amo, un niño de 4 años al que tanto seguía adorando.
Con él yo era feliz y no recuerdo nada que se le parezca, era feliz jugando entre sus piernas. Reconozco que no podía resistirme a expresarle mis sentimientos, era tanta la energía de mi cuerpo, eran tantas mis ganas de lamer su rostro, abrazarle, jugar con él, agradecerle que no me limitaba a cuidar mis movimientos… yo era tan solo un cachorro y él era un niño que me amaba y entonces todo tenía sentido.
Aún recuerdo el olor a rosas y lavanda de la casa en la que vivíamos, es un olor que siempre estuvo en mi nariz y el que me hacía continuar todos los días para encontrar mi camino de regreso. Durante mi búsqueda olfateé muchas rosas y plantas de lavanda, era lamentable que no pertenecieran a mi antiguo jardín, sin embargo, siempre que me topaba con ellos me traían muy buenos recuerdos que daban energía a mi cuerpo hambriento y sediento; cómo me hubiera gustado que la mujer que me tenía en brazos durante mi lecho de muerte tuviera un poco de rosas y lavanda, hubiera sido estupendo animar un poco a mi nariz.
Recuerdo que cuando papá llegaba a casa, todos temblábamos. Yo corría al patio y me escondía tras la lavadora pues papá era malo, su energía era pesada y su olor era desagradable. Muchas veces quise entenderlo; me acercaba a él para que me conociera y amarlo tanto o más que a mi pequeño amo, pues, yo tenia mucho amor para dar y creía que mi misión era cambiar su corazón, pero él siempre estaba de malas y jamas dejó que yo me acercara. La madre de mi amo parecía valiente, aunque yo sabía que por dentro aquel hombre le intimidaba tanto como a mi, pero ella era la única que en ocasiones podía controlar los arranques de aquel hombre, la mayoría de las veces sin tener éxito pues acababa tirada en el suelo junto a mi pequeño amo y yo sentía la tremenda necesidad de ladrarle con todas mis fuerzas, aunque siempre terminaba por esconderme tras la lavadora.
Un día de tantos, el padre de mi amo llegó de malas como nunca antes, parecía tenso y preocupado, sin darme cuenta algo en mi me llevó hasta sus pies, con la esperanza de darle amor y hacerlo cambiar de humor, pero al darse cuenta de mi presencia, soltó un grito atemorizante y me dio una tremenda patada que me hizo chocar en la pared dejándome inconsciente.
No tengo claro cuanto tiempo pasó, me despertó un olor extraño a drenaje que me alejó del olor de mi hogar, había sido abandonado. Estaba confundido y preocupado porque mi amo de tan solo de 4 años y su madre se habían quedado solos sin nadie que los protegiera de la maldad …
No pasa ningún día en el que no observe a mi rescatista y me pregunte qué pasaría si ella pudiera leer mi historia a través de mis ojos, si tan solo pudiera encontrar la manera de decirle…
De repente un sueño ligero inundó mis ojos y vi frente a mi una luz intensa, no sentía mi cuerpo ni mi lengua y mi nariz olfateaba una galería de olores de los que no podía encontrar parecido alguno ¿habría llegado por fin al infinito? . Al despertar ahí estaba ella, curando mis heridas y todos los demás médicos luchando para mantenerme con vida; aún no me puedo explicar las maravillas y desavenencias del ser humano, ellos pueden ser tan destructivos y constructivos como se les antoje.
Pasó el tiempo y en tanto mi cuerpo tomó fuerza, mi espíritu comenzó a intensificarse y a creer otra vez. Ella me había salvado y yo fui nuevamente feliz, me convertí en su compañero de rescate y su mascota preferida, aunque soy feliz, en ocaciones siento tristeza pues nunca olvido a mi vieja familia y aún tengo la esperanza de algún día volverlos a ver.
Hoy acompañé a mi ama a un nuevo rescate, aquí huele a rosas y lavanda…
– A mis valientes rescatistas.
