Anoche aprendí una lección. Me encontré a mi mismo haciendo un esfuerzo por no claudicar, pero ya estaba quebrado. Mis palabras se habían convertido en pegamento barato, que en un intento desesperado, buscaban pegar mis piezas rotas para encontrarme otra vez sentido. Era imposible. Se trataba de piezas cristalinas y pequeñas, de esas que se mimetizan con todo lo que tocan. Me había caído y ya no tenía un problema, tenía ahora muchas piezas que primero debía encontrar sobre el suelo. Unas habían rebotado escondiéndose en rincones impredecibles y otras muy obvias cayeron frente a mi. Tenía miedo. Imaginaba la peor escena donde cualquier persona pudiera pisar mis vidrios y enterrarse alguno. Pobres inocentes. Frente a esta posibilidad, una sensación de desesperación por encontrarlos y ponerlos en su lugar me hacía seguir buscando. Cuando al fin los encontré, la vista se me nubló, al levantarme me fuí de lado y un sonido agudo en mi oído me ensordeció. Había estado mucho tiempo agachado. Quedé sordo con ese sonido retumbando en mis oídos. Continúe reparando la pieza rota para poder seguir mis deberes ahora urgentes por la espera que les hice pasar. Todos a mi alrededor me observaban, mis personas importantes me observaban, pero yo seguía pegando las piezas con el pegamento barato que me había inventado. Aún con la vista nublada y fija en las piezas rotas, un sonido de claxon me hizo voltear al frente. Alguien había llegado. Me encontró hecho un desastre y encontró a los demás hechos un desastre por mi culpa. -¿Qué está pasando? – Yo esperaba que el sujeto arreglará las piezas por mi. Comencé a explicarle una versión donde la víctima era yo, pero era al mismo tiempo mi victimario, la cara inexpresiva del sujeto me lo había dicho todo. Al encontrarme desenfocado en las piezas rotas, voltee de nuevo a ellas y vi mis manos cubiertas en sangre. Había olvidado el dolor. El sujeto me miró y dijo – Tu no necesitas juntar esas piezas, necesitas limpiarte esa sangre y curarte inmediatamente. No te puedo llevar conmigo si estás herido. – El sonido que me había ensordecido, comenzó a transformarse en el grito desesperado de mis personas importantes que me gritaban, -¡Ven que estás herido! Deja porfavor de lastimarte. – Y yo había creído todo el tiempo que estaba sordo.
Dedicado a Alex Silva
